Ninguna mudanza puede compararse con el traslado de los templos de Abu Simbel, considerados como uno de los monumentos más grandiosos esculpidos en piedra.
En 1960 la gran presa de Asuán amenazaba con sumergir bajo las aguas del Nilo a una veintena de templos faraónicos, entre los que se encontraban los de Abu Simbel, construidos por orden de Ramsés II.
Desde la antigüedad el Nilo se desbordaba anualmente. Estas crecidas, al dejar un sedimento de nutrientes en el suelo, convirtieron las tierras próximas al río en una fértil planicie ideal para la agricultura. Sin embargo, la impredecible alternancia del nivel de las crecidas conllevaba la pérdida de cosechas enteras por anegamiento o sequía y la consiguiente hambruna en la población, por lo que se consideró necesaria la construcción de una presa que regulara el nivel de las inundaciones para proteger las tierras de labor y los campos de algodón.
La construcción de esa presa en Asuán fue iniciada por los británicos en 1899 y se concluyó en 1902. El diseño inicial, muy poco ambicioso, pronto se mostró ser inadecuado, por lo que se procedió a aumentar su altura en 1912 y de nuevo en 1933. Cuando la presa estuvo a punto de desbordarse en 1946 se decidió que, en lugar de aumentar su altura por tercera vez, se construiría una segunda presa ocho kilómetros río arriba, que además de ayudar a controlar las crecidas, suministraría energía eléctrica a buena parte del país. El problema era que esa construcción crearía un enorme lago (lago Nasser) que sumergiría bajo sus aguas una gran cantidad de tesoros del antiguo Egipto, entre ellos los fabulosos templos de Abu Simbel.
La Unesco lanzó un llamamiento a la comunidad internacional pidiendo contribuciones voluntarias para salvar los monumentos y arrancó entonces la mayor mudanza de objetos arqueológicos de la historia.
Esta gigantesca mudanza duró más de 6 años y colaboraron cerca de 900 personas de una veintena de nacionalidades.
Entre los distintos proyectos que se barajaron, se optó por cortar en piezas y trasladar los templos dedicados a Ramsés II y a su esposa Nefertiti, para reconstruirlos luego en un sitio más elevado por encima de la cota máxima que alcanzarían las aguas de la presa (a unos 200 metros de su emplazamiento original).
El conjunto de santuarios de la isla de Filae se pueden contemplar hoy en la isla de Agilkia. Otros templos, como los de Dendur y Debod, salieron de viaje hacia Nueva York y Madrid respectivamente, como signo de agradecimiento del gobierno egipcio hacia estas ciudades por la ayuda prestada. Lamentablemente, muchos otros acabaron sumergidos, a la espera de que se desarrolle una tecnología que permita su rescate y lo haga económicamente factible.
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